El gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo, ha propuesto que los ciudadanos y los medios de comunicación conformen un pacto de silencio en torno al crimen. «Hablen bien de Acapulco. Ayúdennos para que la gente al rato quiera regresar. Los hombres y las mujeres tenemos que ir valorando qué tanto nos ayuda que estas noticias sean los propios acapulqueños los que los difundimos», dijo Astudillo el miércoles.
Unas horas antes había recibido un duro golpe al leer la portada de un periódico local: en el primer trimestre del año hubo 527 ejecutados en la región -cuya ciudad más importante es Acapulco-, 51% más que en 2015. La violencia no hace más que crecer.
Acapulco entró en un periodo de descomposición desde que el país se involucrara hace ocho años en una guerra frontal contra los cárteles de la droga. La población con mar más cercana a la Ciudad de México —a casi cinco horas en una autopista cara pero de calidad— comenzó a ser noticia día sí y día también por los homicidios que se daban en cualquier esquina. La ciudad que fuera el refugio de grandes estrellas de Hollywood, con una bahía parecida a la de Río de Janeiro, comenzó a perder brillo.
El ejército ha llegado a patrullar en la arena, junto a los bañitas. Se trataba de demostrar una imagen de fuerza y seguridad frente al crimen. La ciudad se afana en continuar con eventos como el Abierto de Acapulco de tenis o con la muestra internacional de cine. Pese a la imagen de normalidad la violencia no se ha detenido. Las extorsiones a taxistas, comerciantes, vendedores ambulantes, se extiende como una mancha de aceite. El año pasado hubo 903 homicidios en la ciudad, 104 por cada 100.000 habitantes. Un porcentaje por encima de cualquier otra ciudad de México.
Ante esto, Astudillo propuso esta semana un «convenio de silencio». Algunos de sus allegados defienden que sus palabras puede que se hayan sacado de contexto y que haya dado un paso más al hablar de pacto de silencio cuando lo que quería decir es que Acapulco no necesita más publicidad negativa. “Muchas gracias a los que se dedican a hacer promoción mala a Acapulco, gracias”, añadió con ironía cuando habló sobre este tema. Al día siguiente recibió el apoyo del alcalde, Evodio Velázquez.
Las declaraciones del gobernador han tenido un efecto bumerán en la prensa. «El problema, again, son los pinches muertos que no dejan de morirse y los chismosos medios que no dejan de decir que los muertos se murieron de balazos o a machete limpio, ora en una barriada infecta, ora en una playa, en el mercado o en la tortillería. A quién le lloran, chingao, si el difunto era un taxista, si la muerta era taquera», escribe Salvador Camarena en El Financiero.
Erick de Santiago, un empresario de la noche de la Ciudad de México que llegó a la bahía del Pacífico hace ocho años para no irse jamás, a pesar de la ola de violencia, ha liderado una campaña de publicidad positiva que va en la misma sintonía que los ruegos a la ciudadanía y a la prensa del gobernador. De Santiago llenó la ciudad de carteles con la leyenda Habla bien de Aca.
«Hay muchas cosas buenas que decir de Acapulco. No estamos en nuestro mejor momento y no hay que ocultar la realidad, los niveles de seguridad no son los mejores. ¿Qué hay que hacer? Resaltar lo positivo. Ya hay mucha gente hablando de lo malo, hay que resaltar lo bueno sin negar la realidad», propone el activista por teléfono.
En las últimas semanas ha habido dos episodios que han ayudado a enterrar los propósitos de hablar bien de la ciudad. En un vídeo que se hizo viral se veía a un canadiense besando a una niña pequeña, frente a su padre, sin que este hiciera nada. De repente la gente recordó que el puerto es también un mercado libre para los pedófilos, sobre todo extranjeros.
La otra escena tiene la fuerza de la dignidad. Un estudiante de medicina encaró al gobernador y le pidió justicia para su padre, asesinado en la puerta de su casa el año pasado. El muchacho llevaba una pancarta y una fotografía de la víctima, con lo que puso rostro a una verdad muy dolorosa: en Acapulco hay posibilidades reales de que te maten y, si ocurre, es muy probable que no haya justicia.